¡ladrones! ¡fuego! ¡muerte! nada semejante le había ocurrido desde que llegara por primera vez a la montaña. la ira del dragón era indescriptible, esa ira que sólo se ve en la gente rica que no alcanza a disfrutar de todo lo que tiene, y que de pronto pierde algo que ha guardado durante mucho tiempo, pero que nunca ha utilizado o necesitado. Smaug vomitaba fuego, el salón humeaba, las raíces de la montaña se estremecían. golpeó en vano la cabeza contra el pequeño agujero y, enroscando el cuerpo, rugiendo como un trueno subterráneo, se precipitó fuera de la guarida profunda, cruzó las grandes puertas, y entró en los vastos pasadizos de la montaña-palacio, y fue hacia arriba, hacia la puerta principal. buscar por toda la montaña hasta atrapar al ladrón y despedazarlo y pisotearlo era el único pensamiento de Smaug. salió por la puerta, las aguas se alzaron en un vapor siseante y fiero, y se elevó ardiendo en el aire, posándose en la cima de la montaña, envuelto en un fuego rojo y verde. los enanos oyeron el sonido terrible de las alas del dragón, y se acurrucaron contra los muros de la terraza cubierta de hierba, ocultándose detrás de los peñascos, esperando de alguna manera escapar a aquellos ojos terroríficos.
habrían muerto todos si no fuese por Bilbo, una vez más.
el mundo está hecho un puto desastre. está lleno de dragones, y ninguno de nosotros es tan poderoso o genial como querría. y es un asco. pero cuando te enfrentes a ese hecho, tus opciones son: arrastrarte a un agujero y rendirte o salir ahí fuera, quitarte los zapatos y marcarte un bilbo.
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