click para acceder al olor que hay en la atmósfera segundos antes de un aguacero de verano.
me alegré cuando me preguntó si me apetecía dar un paseo. hacía una templada noche de primavera, sin viento. hablamos mientras paseábamos lentamente por el bosque que había detrás de la posada. al cabo de un rato llegamos a un amplio claro en cuyo centro había una charca. al borde del agua había un par de rocas de guía; su plateada superficie destacaba contra el negro del cielo y contra el negro del agua. una estaba de pie, y parecía un dedo que señalara al cielo. la otra estaba tumbada, y se extendía hasta el agua como un pequeño embarcadero de piedra.
no había viento que alterara la superficie del agua. así que cuando nos subimos a la piedra caída, las estrellas se reflejaban perfectamente en la charca. era como si estuviéramos sentados en medio de un mar de estrellas. pasamos horas hablando, hasta muy entrada la noche. ninguno de los dos mencionamos nuestro pasado. me pareció que había cosas de las que ella prefería no hablar, y por la forma en que evitaba interrogarme, creo que a ella le pasaba lo mismo. hablamos de nosotros, de esperanzas y de sueños imposibles. yo apuntaba al cielo y le decía los nombres de las estrellas y las constelaciones. ella me contaba historias sobre ellas que yo nunca había oído.
no me cansaba de mirarla. estaba sentada a mi lado, abrazándose las rodillas. su piel era más luminosa que la luna, y sus ojos, más enormes que el cielo, más profundos que el agua, más oscuros que la noche. poco a poco reparé en que llevaba largo rato mirándola fijamente sin hablar. absorto en mis pensamientos, perdido en su contemplación. pero ella no parecía ofendida, ni extrañada. era como si estudiara las líneas de mi cara, casi como si esperase algo. quería cogerle una mano. quería acariciarle la mejilla con las yemas de los dedos. quería decirle que era la primera mujer hermosa que veía en años. que verla bostezar tapándose la boca con el dorso de la mano bastaba para que se me cortara la respiración. que a veces no captaba el sentido de sus palabras porque me perdía en las dulces ondulaciones de su voz. quería decirle que si ella estuviera conmigo, nunca volvería a pasarme nada malo.
estuve a punto de pedírselo, notaba la pregunta burbujeando en mi pecho. recuerdo que tomé aliento y que, en el último momento, vacilé. ¿qué podía decir? ¿ven conmigo? ¿quédate conmigo? no. una repentina certeza se tensó en mi pecho como un frío puño. ¿qué podía pedirle? ¿qué podía ofrecerle? nada. cualquier cosa que dijera parecería estúpida, una fantasía infantil. cerré la boca y miré más allá del agua. ella, a solo unos centímetros de mí, hizo lo mismo. notaba su calor. olía a polvo del camino, a miel, y a ese olor que hay en la atmósfera segundos antes de un aguacero de verano. no dijimos nada. cerré los ojos. su proximidad era lo más dulce y lo más intenso que yo había sentido jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario