no tenía buen aspecto. no parecía exactamente enfermizo, pero sí apagado. lánguido. como una planta a la que han trasplantado a un tipo de tierra que no le conviene, y que empieza a marchitarse porque le falta algún nutriente vital. se percibía la diferencia. sus gestos ya no eran tan prolijos. su voz no era tan profunda. hasta sus ojos habían cambiado: ya no brillaban como unos meses atrás. su color parecía más pálido. eran menos espuma de mar, menos verde hierba que antes. ahora parecían del color de las algas de río, o del culo de una botella de cristal verde.
sí, soy un mito. un mito muy especial que se crea a sí mismo. las mejores mentiras sobre mí son las que yo mismo he contado.
acceso directo a la prueba de que no importa cuándo tiempo pase.
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